Mandelbrot
Los horribles 8 de Tarantino. Monstruoso ejercicio de nostalgia y destrucción de mitos. América caníbal. Macri, en trece días, destruye y aísla, ofende y castiga. Suicidios colectivos. En Tartesos cosemos una colcha imposible, entre los viejos y los jóvenes, entre los estudiantes y los analfabetos vocacionales. Violencia. Alegría por lo que todo esto tiene de fiesta humana, de aquelarre de inteligencias y mezquindades. Mi generación se hunde en su miedo, en su rendición, en su cinismo. Magerit irrespirable. El aire es amarillo. Los corazones negros. Amigos perdidos. Encuentro sus estelas. Nuestros entremeses se hundieron entre la indiferencia de un público que no nos quiere. Que nunca nos quiso. Mi admiración inmensa por los héroes que pelearon por un sueño ilustrado en esta ciudad bestial. Ciudad cuñado. Ciudad imbécil. En las costas del Egeo mueren nuestros hermanos asiáticos. Troya nunca termina. La mediocridad general llega a resultar vomitiva. Leo a Mandelbrot. Su biografía. Autobiografía. Lituania. Polonia. Francia. La Segunda Guerra. La ocupación. La traición cotidiana de la Francia que ahora vuelve. Que nunca se fue. Grande Mandelbrot. Un sabio, que quiere jugar con los dioses, como un niño aspirante. Agranda el espíritu. Enseña sobre los peligros de estados y corporaciones. El tiempo sigue fluyendo en este invierno inverosímil. Los viejos parecen eternos. Los niños no nos entienden. Y, a pesar de todo, nos profesan un amor injustificado. Abrazo y beso. Amo. El futuro es extraño. Un gas verdoso que anuncia amaneceres nuevos y, sin embargo, conocidos. En mi mesilla de noche, Artemio Cruz sigue agonizando desde principios de mes, alimentando pesadillas. Veo Lobster. Veo Gabo. Veo mucho cine grandioso. Apenas voy al teatro. En las redes todo muere, a la espera de inventar lo nuevo.
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