El cura y los mandarines. Gregorio Morán



El cura y los mandarines. Gregorio Morán.

            Apasionante listado de los agravios a la razón y la verdad cometidos por la casta cultural española de los últimos cincuenta años. Inmenso y detallado mural que retrata un pantano repleto de reptiles cucañeros sembrado de los restos de flotantes cadáveres de poetas suicidas y trabajadores represaliados. ¿Cómo han llegado los españoles a conformar este pueblo de borregos, fascistas y llorones inanes? Depurando. Primero mediante el expeditivo sistema del fusilamiento y la cárcel. Después mediante la tortura y la intimidación. Y finalmente mediante el enquistamiento de un sistema informativo, cultural, empresarial y político diseñado y regentado por los perpetradores de todo lo anterior. Un libro duro de tragar.


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         El franquismo era una forma de fascismo totalitario no expansivo, un imperio ridículo, centrípeto y provinciano. Era un sistema heredero de una tradición autoritaria y cerril de un país sin Ilustración, sin Romanticismo, sin revolución liberal, sin verdadero parlamento ni prensa libre. Nuestra tradición conjuga a los palmeros y a los imbéciles. Los mejores, siempre, en la cuneta, en el exilio, en el silencio. La Segunda República supuso un movimiento extraño en el tablero, un momento de refrescante toma de conciencia. Un pueblo que, por fin, habla, y se le entiende. Joder, si se le entiende: ley del aborto, escuelas, proyectos de sistemas de salud, de proyectos culturales, de estructuración territorial, de modelo de estado… Inmediatamente, tras el primer gobierno, en 1933, el bienio negro. Cae la CEDA. Elecciones. Febrero del 36. Frente Popular. Golpe de estado. Fracaso del golpe de estado. Inicio del horror genocida. Erial. Y aquí empieza el libro. Estamos en 1962. Hasta 1996 se produce un ejercicio de travestismo político asombroso. Somos hijos de todo ello. Herederos de la carcoma hecha mando.
            Subyace la impunidad esencial del hombre de poder español. La impunidad se construye sobre la negación de existencia a las víctimas. Hasta hoy: miles de emigrantes ahogados intentando atravesar el Mediterráneo, activistas apaleados en comisarías y cárceles, ancianos con las espaldas y el alma destrozados de trabajar que mueren como bestias de carga amortizadas por carecer de la ayuda humanitaria más elemental… pero el discurso público y político, sigue versando sobre el poder, sobre eufemismos de cambio.         
            El curo y los mandarines trata sobre el transformismo político y social. Fachas camuflados, básicamente. Falsos izquierdistas. Falsos liberales. Falsos todos. Falsedad hasta la hez. Sobre Julián Marías: “nunca se llega a saber cómo es posible haber escrito tanto sin decir nada, cómo se puede vivir entre figuras tan notables, empezando por su mujer, sin salir de la más anonadante mediocridad”. Su especialidad: dar empaque a la obviedad. Esto ha sido nuestra vida intelectual: obviedad. Hemos crecido entre obviedades y mentiras, en un caldo de traición anterior, muy anterior, a nuestro nacimiento, y no hemos tenido, y no sé si tenemos, el valor ni la inteligencia para sobreponernos a ello y rebelarnos de forma útil. La lectura de este libro tiene un efecto salvaje. Y así debe ser. Y por eso es un buen libro. Quizás leer tiene un elemento de masoquismo. Si esta lectura no es catártica es que estás muerto.
            Conceptos a retener. “La oposición silenciosa”: la amalgama de hijos de puta silentes durante el franquismo que a partir de 1972 se declaran indignadamente antifranquistas, y que vivirán de ello toda su vida. El procedimiento es similar al que cuenta Markaris en relación a Grecia: la oposición a los militares que convierte sus años de militancia y clandestinidad en un negocio a posteriori a costa del estado, y que termina, otra vez, con el sufrimiento de los obreros. En España refinaron el sistema, porque al inventar el término “oposición silenciosa”, ni siquiera hizo falta haber estado realmente frente al régimen en ningún momento. Acojonante. Ahora se ha reeditado el término, aplicado a la mayoría silenciosa que no se echó a las calles en 2011. Esa mayoría ha conseguido anudar este régimen corrupto y asqueroso, a cambio, ellos creen, de darle estopa a los negros y los rojos (los negros de piel y los rojos de boquilla).
            La Transición. El País. No eran lo nuevo. Eran la segunda fila de lo viejo, que llevaba años deseando estar en primera fila. Los de la primera fila se retiraron discretamente, en jubileos dorados e impunes, para ver crecer a sus retoños. La Transición, efectivamente, es una antorcha que se entrega de padres políticos a hijos culturales, y, frecuentemente, biológicos. Cuando llega la corrupción, lógicamente, Morán se carcajea. ¿Pero cómo no va a haber corrupción en un país de lameculos y psicópatas? Nada es casual. Nada es verdad. No hace falta encontrar petróleo. Con abrir las cloacas nos van a sobrar hidrocarburos.

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