Se publica un video en el que soldados españoles en Afganistán torturan a un preso. ¿Por qué pixelan el rostro de torturadores? ¿Por qué ese respeto? Ese detalle me flipa especialmente. Y me viene también a la mente que entre el "que te levantes" y el "¿por qué no te callas?" hay una continuidad castiza de abajo arriba y de arriba abajo. En el fondo significan lo mismo, el mismo deseo. Si no te callas, te patean contra el suelo. Y si te callas, te patean a distancia, enclaustrándote en tu puta tristeza banal e inútil. No hace falta irse a Irak hace diez años. Esto está pasando en las comisarias españolas y en los cíes desde siempre. Este régimen da asco. Y el mismo asco da la inacción de la gran mayoría de la población. Siento cortar el rollo. Es que tanta normalidad me da grima.

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Nueva etapa. Nuevo punto de vista. Objetivo prioritario: aunar lo individual a lo colectivo. Detruir este amasijo de crueldades. Buscar luz. Buscar verdad. Buscar coherencia. No rendirse. Todo empieza siempre. Todo está terminando, a cada momento.

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"El peligro grande no admite a un hombre cobarde.
Si hemos de morir, ¿por qué esperar en vano
una vejez sin gloria sentados en la oscuridad,
privados de todo lo bello?"

Píndaro. Olímpicas

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El terror a la normalidad. Nada hay más atroz que la costumbre ante la inmundicia. Es una forma absoluta de derrota, porque se vuelve invisible. Este es el tipo de derrota que descoyunta el idioma y hace imposible ver. La neblina en la que vivimos está compuesta por los vapores de nuestra antigua rendición. ¿Qué fuerza nos salvará? ¿Sobré qué piedra podremos apoyarnos para salir de este pantano de mierda? Europa flota sobre sus propias heces. Deglutidos continentes enteros, nos hemos intoxicado de nuestra propia crueldad, de su invisibilización aterradora. Miedo a la calma. Miedo a la distancia. Miedo a que no pase nada, a que realmente no llegue a suceder nada, y esta sea nuestra condición de no-emigrados, de no-exiliados, de no-muertos. Continente zombie. Continente achanchado, estabulado: gordo, ciego, sordo, perezoso y devorador de todo aquello que caiga en el ámbito de su pocilga, sea idea, plástico o sentimiento. Una gran máquina de deglutir realidad y relato sin producir historia. Esta era la manufactura europea por excelencia: la creación de historia, que después era exportada hasta la saciedad, deformada y reseca por los viajes, hasta hacerla irreconocible. Esa sensación de "ya visto" y de "adulteración" que tienen muchas obsesiones latinoamericanas y africanas del siglo XX, ha dejado de producirse. Porque Europa ha dejado de producir lo único que podía exigírsele: historia. Un continente de cerdos cebados difícilmente va a producir historia. Nos toca cambiar. Cambiar mucho.

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Los padres, en mitad de la catástrofe, castigan a sus hijos por usar el lenguaje de forma inapropiada. Sensación precisa de la paranoia eufemística en el del castigador. Ante el caos, ramalazos victorianos. En mitad de la tormenta, buscamos extraños faros. Estupefacto, intento que no se me note lo que siento, sin llegar a saber exactamente qué es. Me siento muy extraño en la piel de adulto. Cada día más.

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