La plaza de la libertad
Es la misma plaza. Son las mismas marquesinas, las mismas fachadas... pero todo es nuevo. En la cara norte un enorme mural se ha construido sobre un anuncio de cosméticos y un cartel de una actriz que quedará reflejada en esa posición grotesca y ridícula por encima de la realidad de unos días imposibles y reales como la magia. Ha quedado la palabra "paz", ha quedado la expresión "pelo mediterráneo", y se han añadido una foto de Himmler con orejas de Micky Mouse y pancartas que llaman a la rebelión y que proclaman que esa plaza, ese día, está tomada por miles de ciudadanos hartos de ser comprados y vendidos como pura mercancía. También el edificio de "Tío Pepe", que da hacia el este, está lleno de mensajes, porque está vacío, a punto de terminar su reacondicionamiento como megacentro de una marca informática en Madrid. El resto de edificios están limpios excepto pancartas colgantes desde las azoteas.La cúpula del metro ha quedado opacada por la cantidad de mensajes pegados a su concha acristalada de caracol. Todo el centro de la plaza es una jaima de plástico bajo la que se ha instalado un complejo dispositivo de servicios, comisiones y asambleas. Una pequeña ciudad bajo la lona comandada por nadie, y regida por la atención al otro y la coordinación entre iguales. De hecho, la gran jaima está compuesta por fragmentos de carpas individuales que se han ido pegando entre sí y atándose a las farolas de la plaza. Completan el cuadro los semáforos funcionando con rigor absurdo, dando paso o prohibiéndolo a una marea humana constante que no los mira. Lo mismo sucede con la policía, que rodea la plaza y vigila apostada contra la puerta de la sede del gobierno regional. Nadie los mira. Desde la noche del lunes, cuando no fueron capaces de desalojar a los doscientos jóvenes que aguantaron bajo la lluvia, han perdido la batalla. Esa noche los acampados resistieron las amenazas y la inminente carga con serenidad y un orden asombroso. Hay una comisión de respeto que ha extendido consignas sencillas y claras sobre cómo comportarse en caso de carga policial. Es un método simple e invencible a partir de un número de miles de manifestantes, pero que cuando son pocos produce cierto vértigo. La idea es mirar tranquilamente como un grupo de tipos armados y violentos y una altura media de metro noventa se dirigen hacia ti mirando desde el interior de cascos polarizados. Hay que recibirlos con serenidad -"cuidando el lenguaje corporal, para no alimentar la violencia con más violencia, aunque sea gestual"- y esperar a que hagan su trabajo sobre tu cráneo. Pero no han podido. No podían terminar con una monumental paliza este maravilloso estallido, porque ese día ya había traspasado las fronteras, la red estaba funcionando al margen de los medios oficiales y habría sido un desastre como imagen de un estado presuntamente democrático. Y si no cargaron ese día, no podrán cargar hasta el lunes. Y ese día lunes será otro momento interesante. Tras las elecciones del domingo, el campamento debe permanecer, pero la presión para disolverlo se multiplicará. Mientras tanto la ciudadanía tendrá un espacio de libertad y encuentro en el centro de su ciudad, y Madrid habrá despertado de un larguísimo letargo.
Cuanto más atrás situemos el inicio de ese letargo, más profundo será el movimiento. Una pancarta decía ayer: "Basta ya de Canovismo 2.0". Me pareció fantástica porque obligaba al lector a mirar hacia tras como los astrónomos miran al pasado a través de las estrellas. El Canovismo fue el estado de cosas que rigió España durante gran parte del siglo XIX, por el cual dos partidos (el Liberal y el Conservador) se turnaban en el poder mientras se masacraba a la clase obrera y se parodiaba la revolución industrial a costa del hambre de la mayoría del pueblo y del atraso cultural planificado y ejecutado por la Iglesia Católica. Ese sistema ha sido reivindicado en los últimos años por la ultraderecha pseudoliberal y es, en el fondo, el que rige a día de hoy en España. Un sistema político con garantías formales que, sin embargo, esconde un inmenso entramado de corrupción y delincuencia encabezado por los principales agentes económicos y en el cual los políticos son mediocres mamporreros de los verdaderos jefes. En España, a prácticamente todos los niveles, manda la mafia. Es una mafia reticular, extraña, multiforme, incruenta... pero conectada en su centro invisible a través de la desmemoria, la brutalidad, la crueldad y una forma muy particular de impulso déspota y servilismo. Y en la Puerta del Sol, una vez más, se está gritando contra ella. El Canovismo del XIX mutó en diversas formas de entendimiento entre delincuentes que se derrumbó el 14 de abril de 1931, en esta misma plaza de Sol. Ese día se proclamó la II República. Ese mismo día huyó a Italia el rey, abuelo del actual, y se encendió el motor de arranque de la reacción fascista que desembocaría en el genocidio entre 1939 y 1977. Pero hubo cinco años de libertad en paz y tres años de resistencia solitaria al ejército nazi. La experiencia de la II República sobrevuela esta plaza, porque resulta evidente que estas imágenes, este espacio construído y roto en sí mismo, complejo, bello, democrático, retrotraen a cualquiera que haya estudiado la historia de este país al excepcional momento de libertad de los años treinta del siglo XX. De hecho, los medios de la derecha, que los primeros días celebraron el movimiento pensando que sería la puntilla del gobierno del Partido Socialista, han reaccionado a lo largo de la semana, y ven con pavor cómo esa revuelta que podía ser manejada para sus fines se agranda y profundiza, dejando sus cálculos de pequeñez demagógica en evidencia y clarificando lo que son, cálculos más propios de un sistema de familias mafiosas que de una democracia viva y cuestionadora.
Ayer noche todos callamos a las doce de la noche. Fue un silencio importante. La fuerza democrática y ética que queda en este país surgió, como el genio de la botella. Fue un Año Nuevo. A esa hora la concentración pasó a ser ilegal según la Junta Electoral central, órgano negociado entre dos partidos serviles a los banqueros y empresarios. A esa hora se formalizó la grieta entre la España institucional y la España real. Miles, muchos miles de ciudadanos, gritaron después de ese silencio: "Ahora todos somos ilegales".
Ahora empieza otra lucha, otra etapa, otra cosa. Sea lo que sea, bienvenida es. Será feminista, participativa, compleja, desordenada por momentos, incomprensible para muchos, insoportable para otros, esperanzadora para todos aquellos a los que les queda algo de ciudadanía y vergüenza en las venas. Conectada con el resto Europa y del planeta, este pueblo tiene cosas que decir y cosas por las que luchar, y hay que ponerse de nuevo a trabajar por algo más que nuestro propio y menguante patio trasero. Y guardar un enorme respeto por esos doscientos inmensamente jóvenes y hermosos locos que soportaron una noche de lluvia rodeados de policía e incomprensión, mientras los demás nos íbamos a casa hasta el día siguiente, confiados en ellos, en nuestra reserva, en nuestros compañeros acampados.
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