En el fondo del hoyo

El sonriente Piñera enseña la nota. Los esbirros arman el melodrama. Los mineros piden un trago. Les suda la polla estar a setecientos metros bajo tierra. Quieren empedarse. Llevan quinientos años a setecientos metros bajo tierra. Viven a setecientos metros por debajo de la posibilidad de dejar de ser lo que son: putos mineros hijos de putos mineros nietos de putos mineros. Se van a morir siendo mineros. A setecientos metros bajo tierra o en una clínica de mierda financiada por su estado de mierda o por su empresa de mierda. Los esbirros aplauden el melodrama. Arman el melodrama. Las calles están limpias. Una maravilla, Chile. Todo bien. En diez años será un país desarrollado. Lo suficientemente desarrollado para expulsar como a ratas a todo bicho que no sea un sonriente y agradecido súbdito de ese horror. Acá sigue todo igual. Buenos Aires en guerra. Trapicheo, intimidación, belleza, música, futuro, desgracia. Subo al subte. Enlatado. Como en Madrid. Igual. Pero más horas. En Madrid la hora punta es de una hora o dos. Acá es de cinco o seis. Esa es la gran diferencia. No hay plata. Sobra la plata. Miradas. Artilugios emocionales. Puterío. Lacayos. Fracaso. Miedo al éxito. Fracaso. Boludez. Buenas intenciones. Cansancio. Resentimiento. Mentira. Verdad absoluta. Transparencia. Gritos. La jodida tormenta de Santa Rita no llega. Sigue el frío. Sería un frío hermoso si yo no estuviera tan furioso. Un tachero me grita "¡Viva Perón!" a los cuarenta segundos de haber subido al taxi. Cada vez lo consigo más rápido. Néstor va a ganar con un sesenta por ciento. O Cristina. O quien puta sea. Me puedo presentar yo o mi tía Ezequiela -tengo dos-, va a ganar cualquier que se enfrente a todos estos hijos de puta nazis que poseen la tierra, los cables, la soja, el aire, el agua, la opinión y a Borges. Todo bien. Un gran día, hoy. Culos porteños. Colas argentinas. El cielo en la tierra en forma de malla bamboleante. Viva el tango. Me la suda el tango. Pero crea colas. Tacos y colas. Melenas. Sonrisas. Tacheros sacados que conducen como lunáticos. Cuanto más me vence más amo esta ciudad. 
            Hay un cruce de vías en Palermo. Es hermoso. Como no tengo cámara uso mi móvil, que es el objeto más rentable que he tenido en mi vida. Un regalo de un amigo. Me lo entregó como si me fuera a vivir al Japón de los shogunes, pero qué coño, me viene de puta madre, y hace fotos como con grano, muy raras. Parece que el fotógrafo está muerto. Pero bueno, la foto es esta:
              Da igual. No se ven los colores. Hay un edificio en rojo. Da igual. Es un cruce hermoso. Triste y épico. Cruza la línea San Martín. ¿Seguridad? Jajajaja. En Buenos Aires el que no se tira a la vía del tren es porque no le da la gana. Recuerdo un programa de Punset sobre el suicidio. Recuerdo esa cosa de cristal en el Viaducto de Madrid. Hasta a los suicidas hay que cuidarlos en Europa. Recuerdo una novela de Valle-Inclán alrededor del Viaducto. Había crímenes. Y chicas lindas. Y todo muy Galdós pero más destroyer. Pero vamos, muy Galdós. Era un folletín. Para El Sol, creo. Seguiremos informando desde el frente. A día de hoy siguen ganando los buenos. Yo me arranco las flechas como si nada, y no sale sangre. Eso me tiene un poco preocupado: o todo esto es un sueño o no son flechas, son tranquilizantes. La verdad es que tranquilo, tranquilo, lo que se dice tranquilo, no estoy. Pero vete tú a saber, a lo mejor es como lo del diablo, que el mejor disfraz es su aparente inexistencia. Como el hombre invisible pero en ontológico. Por cierto, conexión Spinoza Buenos Aires. Brutal. Esta es una ciudad ideal para él. De hecho debe estar por aquí. Estoy seguro de que consiguió la inmortalidad, a cambio de un diamante bien pulido. Y se viene la primavera.  

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