Cruzando países, refugiados, temerosos, pidiendo ayuda, guardando su furia bajo capas de pragmatismo, de tranquilidad operativa, los héroes atraviesan continentes. Se camuflan bajo los abrazos de la amistad. No les queda nada. Y mientras, el mundo sigue girando, y cada cual es cada quién, y ¿quién no tiene problemas? Y algún día... será otro día, y la memoria se habrá borrado, y quedarán flotando los recuerdos de las víctimas mezclados con los de los verdugos, en páginas cobardes, en silencios nefastos. La realidad se construyó así. No se puede esperar que sus frutos sean otros. La densidad de horror de la realidad es exactamente igual de inabarcable en todo el mundo. Víctimas olvidadas en chistes de futuras víctimas olvidadas. Y también nosotros olvidaremos. Y seremos olvidados. Entre medias, sigue fluyendo todo, sigue raspando, sigue sonando. La calesita se hizo rotonda. ¿Cómo no ponerse de parte de los verdugos? Cada acción nos acerca, nos hace cómplices. Cada logro, cada triunfo, es también un triunfo del olvido. Y la risa, como el pan, nos da la vida, y nos mata. A mitad del río, lejos de las orillas, nos entregamos a la acción. Alrededor flotan las astillas de aquellos maderos que un día soportaron el peso de los náufragos. Pero nosotros nos sentimos nadadores. Alrededor de la vidriera, se agita la basura. Salen platos exquisitos de la cocina exuberante. Huele bien. Dentro de la vidriera. Las chicas lindas agitan sus pieles bronceadas. Cuento cuentos. Brilla la luna. Toca el pianista. Llegan las doce. Corre el chiflete. El Río de la Plata es un fantasma de plata quemada esta noche. A lo lejos, luces, del Oriente. Se ríe poco esta noche. La espesura se adentró en los gestos. El año nuevo judío aligeró las reservas. A la puerta, un aparcacoches diminuto y eléctrico arranca los autos a toda velocidad, sin encender los faros. Los deja al borde del agua. Con precisión obsesiva. Él sólo se monta cada noche su gran premio. Él gana. Él pierde. Me saluda a duras penas. En sus ojos hay odio. Trabaja para el enemigo. Y yo soy el enemigo. Le robaron el río. Hermandad de bestias crueles y violentas. Hoy me dieron número. La ciudad me guiña el ojo. Me espera. Como todas las ciudades. Siempre fue así.
Mateo, de Armando Discépolo
El grotesco argentino es un género continuador del sainete criollo, al que completa y supera. Lo que eran historias eminentemente cómicas se vuelven más dramáticas e interiores; los personajes se hacen más complejos, incorporando el naturalismo europeo, y la configuración del lenguaje y del espectáculo se hace más ambiciosa. En ese ámbito se desarrolla el trabajo de Armando Discépolo. Mateo es una obra que reúne muchos de los elementos del genéro, y es uno de sus clásicos. Toca los temas preferidos del autor: un sistema económico condenatorio, la unidad familiar amenazada, la oposición entre juventud y senectud, modernidad y tradición, moralidad y éxito exterior, autenticidad y acomodamiento social, debilidad y poder... Su lectura nos conecta con referencias posteriores de sobra conocidas, como El ladrón de bicicletas o La muerte de un viajante . La inspiración está en las novelas de Zola, en el melodrama italiano, en el sainete criollo mencionado, en Pirandel...
Comentarios
Publicar un comentario